La niñez es como el desconocimiento de lo humano, que no significa precisamente humanidad.
Me cuesta llegar al punto principal de mi tragedia, es extraño que me suceda esto a mi edad, creo que no he logrado superarlo, todo esto sumado a la timidez inexistente en los niños de esta época.
Salgo del colegio y después de la aventura en el “Hotel La Bolsa”, todos los niños alertados por un grito esperado, ¡Llegó la 3, llegó la 3….! Se nos termina la aventura, y corrimos al paradero con la confianza propia de un niño, de que nos llevarán.
Y fue allí donde lo vi, un gigante obeso, grasoso, como si sus posaderas fueran parte del cojín deshecho del asiento maloliente, fue allí donde sus manos regordetas negruscas por el aceite de la máquina, atraparon la pechera de mi delantal blanco, y me vi elevada por los aires quedando frente a los ojos malignos del chofer de la línea 3.
Fueron segundos… minutos… horas?
No lo sé…
Lo único que se, es que en ese momento solo estaba el gigante, yo y en medio el gran pecado de no tener dinero para pagar un pasaje en