lunes, 20 de agosto de 2007

La Línea 3...

La niñez es como el desconocimiento de lo humano, que no significa precisamente humanidad.

Hubo una vez un Hotel llamado “La Bolsa” donde algunos como yo, solo nos saboreábamos viendo como la casera servía los vasos con esa rica chicha..., el carrito de la señora que vendía chicha... parte de la historia de mi ciudad.

Corro al frente de dicho hotel de dos pisos, después de haber dejado mis pasos recorriendo las escaleras, paso obligado de los escolares de aquella época.

Me veo en el espejo de los recuerdos, y veo una chiquita de largos moños con las famosas cintas blancas, rodeando mi tez con el color típico de esta zona, con mi delantal blanco con tablas, confeccionado por las manos de mi hermana mayor.

Me cuesta llegar al punto principal de mi tragedia, es extraño que me suceda esto a mi edad, creo que no he logrado superarlo, todo esto sumado a la timidez inexistente en los niños de esta época.

Salgo del colegio y después de la aventura en el “Hotel La Bolsa”, todos los niños alertados por un grito esperado, ¡Llegó la 3, llegó la 3….! Se nos termina la aventura, y corrimos al paradero con la confianza propia de un niño, de que nos llevarán.

Y fue allí donde lo vi, un gigante obeso, grasoso, como si sus posaderas fueran parte del cojín deshecho del asiento maloliente, fue allí donde sus manos regordetas negruscas por el aceite de la máquina, atraparon la pechera de mi delantal blanco, y me vi elevada por los aires quedando frente a los ojos malignos del chofer de la línea 3.

Su voz vociferaba miles de cosas que no entendía, por el miedo que hacía temblar en el aire mi pequeño y frágil cuerpo de ocho años.

Fueron segundos… minutos… horas?

No lo sé…

Lo único que se, es que en ese momento solo estaba el gigante, yo y en medio el gran pecado de no tener dinero para pagar un pasaje en la Línea 3.

1 comentario:

damiatron dijo...

Muchas veces quice muchas cosas que por distintas razones no pude tener... Algun chocolate, el cariño de alguna chica, un algodón de azucar, un helado de $100... Pero en recompenza puedo decir que nunca me faltaron sueños. Es ahí donde podemos ser y tener todo lo que queramos... Es lo que le pido al cielo, que nunca me falten sueños.